Una planta ancestral, una historia incomprendida
Hablar de la hoja de coca es adentrarse en un universo complejo. Para algunos es símbolo de identidad; para otros, aún es sinónimo de estigma. Pero lo cierto es que esta planta —tan sagrada como malinterpretada— ha formado parte de la historia de los Andes mucho antes de que existiera un país llamado Bolivia.
Consumida por culturas preincaicas y luego integrada al sistema simbólico y medicinal del Tahuantinsuyo, la coca ha sido usada durante siglos como energizante natural, analgésico, digestivo, ritual sagrado y elemento de cohesión social. Masticarla (o “acullicarla”) no era ni es un hábito marginal, sino una práctica ancestral profundamente conectada al entorno y al cuerpo.
Y sin embargo, el mundo moderno ha optado por reducirla al escándalo. A nivel internacional, el nombre “coca” se asocia de forma casi automática a la cocaína, sin considerar las diferencias fundamentales entre la planta natural y el alcaloide extraído de ella a través de procesos químicos altamente tóxicos.
Para obtener un kilo de cocaína se necesitan alrededor de 250 kilos de hoja de coca —además de sustancias como ácido sulfúrico, queroseno o cemento—. La hoja en su forma natural no genera adicción, ni efectos psicoactivos comparables, ni representa un peligro para la salud.




La hoja legal, cultural y medicinal
En Bolivia, la coca es legal. Su cultivo está regulado y limitado a regiones autorizadas, y su comercialización está controlada por la Dirección General de Comercialización e Industrialización de la Hoja de Coca (DIGCOIN). Su consumo no solo es parte de la vida rural, sino que tiene usos rituales, gastronómicos, terapéuticos y sociales.
La hoja contiene más de 14 alcaloides, además de ser rica en vitaminas (A, B, C y E), calcio, fósforo, hierro y proteínas. Su poder energizante, digestivo y regulador la ha convertido en un alimento funcional para quienes trabajan largas jornadas en condiciones extremas, especialmente en altura.
Y no es un secreto: la NASA y organismos científicos de renombre han estudiado la hoja de coca, reconociendo su composición nutricional como notable. En muchos contextos, su valor supera al de los multivitamínicos industriales.
¿Coca es igual a cocaína? No.
Pese a lo anterior, la confusión persiste. La hoja de coca fue prohibida por la Convención Única de Estupefacientes de 1961 impulsada por la ONU, debido a la presión de países que no entendían ni aceptaban su valor cultural.
A partir de ahí, empezó una larga lucha por la desestigmatización de la hoja, liderada por Bolivia, que consiguió en 2013 su readmisión al convenio con una reserva específica que reconoce el uso tradicional y legal de la coca en el país.
Hoy, sin embargo, el reto no está solo fuera de Bolivia. También está adentro: en cómo se consume, en cómo se transforma, y en cómo se regula una práctica ancestral que empieza a reinventarse en contextos urbanos.
Origen ancestral: un legado que no caduca
Los vestigios arqueológicos revelan que el uso de la hoja de coca se remonta a más de 3.000 años en los Andes centrales. En el imperio incaico, su uso era ceremonial, espiritual y medicinal. El acullico —la masticación lenta de las hojas— no solo brindaba energía: era también un vínculo con lo sagrado.
Hoy, su uso sigue tan vigente como antes. Desde los mineros de Potosí hasta los campesinos del altiplano y los valles, la coca acompaña jornadas de trabajo, rituales comunitarios, celebraciones y curaciones. También está presente en ferias, mercados y tiendas urbanas, aunque el perfil de su consumo ha comenzado a cambiar en los últimos años.
Del acullico tradicional al “acullico recargado”
En el pasado, el acullico —masticar hoja de coca con lejía o “llipta” para extraer sus propiedades— era una práctica casi exclusiva de campesinos, mineros, transportistas o comerciantes de zonas rurales. Hoy, sin embargo, se ha trasladado también a las ciudades, en especial entre jóvenes que buscan una forma de consumir energía sin químicos ni cafeína artificial.
Esta tendencia ha derivado en lo que muchos llaman el “acullico recargado”: mezclas de hoja de coca con ingredientes como mentol, stevia, hierbas aromáticas, frutas deshidratadas o energizantes, ofrecidas en tiendas, ferias o redes sociales.
Aunque la creatividad abunda, el Ministerio de Salud ha advertido que estas presentaciones saborizadas no cuenta con registro sanitario, lo que implica riesgos para la salud, ya que no se conocen con precisión ni las dosis, ni las combinaciones, ni los posibles efectos secundarios.
¿Estamos ante una reinterpretación contemporánea o una banalización de lo ancestral? La discusión está sobre la mesa.
El auge cruceño: donde la hoja se volvió tendencia
Uno de los fenómenos más llamativos es el crecimiento del consumo de coca en Santa Cruz. Según datos oficiales de DIGCOIN, en los últimos diez años el consumo legal en este departamento aumentó en un 27 %, consolidando a Santa Cruz como uno de los principales centros de demanda de coca en Bolivia.
¿La paradoja? Esta región no tiene una tradición ancestral de acullico comparable a la del altiplano. El crecimiento no responde a herencia cultural, sino a una adopción urbana, moderna y funcional.
En la capital cruceña, es común ver a personas jóvenes, estudiantes, oficinistas o emprendedores portando sus bolsas de coca como alternativa a bebidas energéticas, como complemento para entrenamientos físicos o incluso como sustituto del café.
La hoja de coca ha sido absorbida por una estética de lo natural, lo alternativo y lo cool, en un fenómeno que se distancia bastante del consumo más sobrio y ritual de ciudades como La Paz, donde, aunque la hoja es parte del día a día, no ha alcanzado este nivel de masividad entre públicos jóvenes urbanos.
Esto, por supuesto, plantea retos regulatorios y también culturales: ¿estamos reconociendo el valor de la hoja o solo apropiándonos de su imagen?

Más allá del acullico: la hoja en la cocina, la ciencia y el arte
En los últimos años, la coca ha encontrado nuevas formas de presencia cultural y comercial:
- Infusiones artesanales
- Helados, chocolates y mermeladas con coca
- Pasteles, panes, galletas y bombones
- Licor de coca y bebidas energéticas naturales
- Cosmética, pomadas y pasta dental artesanal
Estos productos, elaborados por emprendedores bolivianos, buscan revalorizar el uso tradicional, acercarlo a nuevos públicos y contribuir a su desestigmatización.
En la investigación médica, hay estudios que exploran su potencial para tratar diabetes, mejorar la oxigenación o aliviar dolencias musculares, lo que podría convertirla en un superalimento del futuro si se le quitara el estigma legal internacional.
Incluso en el arte, la coca ha sido reivindicada por creadores bolivianos como símbolo de identidad, resistencia y orgullo.
La hoja ya no es solo campo: también es cocina, ciencia, innovación y cultura pop.
Opinión personal: entre el respeto y la responsabilidad
Como boliviano, siento que es momento de reconocer todo lo que la coca representa. No es solo una hoja. Es parte de lo que somos. Es memoria viva, conocimiento popular, alimento para el cuerpo y el alma. Es parte del tejido social, del trueque, de los rituales. Es símbolo y sustento.
Pero también creo que hay que evitar caer en extremos. Ni demonizarla como lo ha hecho el mundo, ni romantizarla hasta ignorar sus riesgos cuando se la mezcla sin control.
Si la hoja de coca ha sobrevivido más de 3.000 años, es por su capacidad de adaptarse sin perder el origen. Cuidémosla, regulemos su transformación, quitémosle los prejuicios, pero también evitemos que se convierta en un producto más del mercado sin alma.
La hoja de coca no necesita permiso para existir. Solo necesita que la entendamos y la respetemos como lo que es: parte esencial de nuestra identidad.
Que se sepa:
- La hoja de coca no es droga
- Es medicina tradicional
- Es patrimonio cultural
- Es producto con potencial gastronómico, cosmético y terapéutico
- Es símbolo de identidad andina
- Y, sobre todo, es una hoja que merece respeto y conocimiento




































































