El cacao boliviano: identidad silvestre, fino y de aroma

Aunque el mundo ya lo ha premiado y reconocido por su calidad, en casa el cacao boliviano sigue siendo un producto poco comprendido, muchas veces confundido o subvalorado. Pero detrás de ese grano oscuro y aromático hay una historia rica, compleja y profundamente nuestra. Bolivia tiene algo que pocos países pueden reclamar con firmeza: cacao silvestre nativo, cultivado sin intervención agresiva, con saberes heredados y una biodiversidad que lo convierte en un verdadero patrimonio.


Un origen silvestre y profundamente amazónico

A diferencia de otras zonas productoras en el mundo, Bolivia posee una de las pocas reservas de cacao silvestre del planeta. Esto significa que hay árboles de cacao que crecen de forma natural en los bosques, sin ser plantados ni injertados. Es una riqueza genética invaluable.

Los territorios de mayor concentración de este tipo de cacao están en el departamento de La Paz, especialmente en las provincias Iturralde, Franz Tamayo, Caranavi y Sud Yungas, donde las comunidades recolectoras juegan un rol clave. Según Azafrán Bolivia, en estas regiones se mantiene una relación ancestral con el fruto, que se recoge en el bosque bajo un sistema agroforestal respetuoso del entorno.


¿Qué hace tan especial al cacao boliviano?

El cacao boliviano destaca por ser fino y de aroma, una clasificación otorgada por organismos internacionales como la ICCO (International Cocoa Organization). Esto se refiere a su perfil organoléptico: tiene sabores florales, frutales, ácidos, a nuez o madera, dependiendo de la variedad y el procesamiento.

Además, su genética es diversa. Se han identificado más de 20 tipos de cacao nativo en el norte de La Paz, lo que lo convierte en un reservorio biológico de alto valor, tanto para la industria como para la preservación cultural.


La cosecha: saberes que no están en los manuales

A diferencia del cultivo intensivo que se ve en otras regiones del mundo, la recolección de cacao silvestre en Bolivia se basa en el conocimiento tradicional. Las comunidades recolectoras, muchas de ellas indígenas, conocen los árboles, los tiempos de maduración, los caminos del bosque.

Los granos no solo se recogen. Se fermentan de forma controlada, se secan al sol y se seleccionan con criterios que combinan tradición con innovación técnica. El resultado: un grano de altísima calidad, que conserva trazabilidad y autenticidad.


Premios internacionales, pero poco reconocimiento interno

El cacao boliviano ha sido galardonado en el International Cocoa Awards, y reconocido en el Salon du Chocolat de París, posicionándose entre los mejores del mundo. Sin embargo, dentro del país, muchas veces es confundido con productos de chocolate industrial, que en realidad contienen muy poco (o nada) de cacao verdadero.


Lo que exportamos… regresa con otra etiqueta

Uno de los aspectos más contradictorios de esta historia es que gran parte del mejor cacao boliviano se exporta en grano, sin valor agregado. Se transforma en el extranjero, donde se convierte en chocolates de lujo, y luego regresa al país con etiquetas en francés, italiano o suizo.

Es decir: comemos chocolate extranjero hecho con nuestro cacao, pero sin saberlo.


Un ingrediente con valor nutricional y simbólico

El cacao boliviano no solo es sabroso. Tiene un alto contenido de antioxidantes, minerales, grasas buenas y polifenoles, lo que lo convierte en un alimento funcional. Además, tiene una carga simbólica ancestral: ha sido moneda, medicina y ofrenda en diversas culturas andino-amazónicas.


Las amenazas: olvido, intermediarios y falta de apoyo

Entre los principales retos que enfrenta el cacao boliviano están:

  • El bajo consumo interno de chocolate real (menos de 200 gramos por persona al año).
  • La confusión del consumidor, que no distingue entre chocolate y sucedáneos ultra procesados.
  • La falta de incentivos estatales a los pequeños productores y recolectores.
  • La sobredependencia de intermediarios, que compran a bajo precio y encarecen el producto final.

Un cacao sostenible por naturaleza

El cacao silvestre no requiere talas, ni fertilizantes, ni pesticidas. Se desarrolla en sistemas agroforestales y aporta al equilibrio ecológico. Es uno de los cultivos más sostenibles que existen. Apoyarlo no solo tiene sentido económico, también es una decisión ambiental.


El potencial turístico y gastronómico

Cada vez más viajeros gastronómicos buscan experiencias auténticas. El cacao podría ser un eje de turismo comunitario, cultural y culinario, con rutas de producción, talleres de transformación, degustaciones y chocolates artesanales.

Además, su versatilidad permite que chefs bolivianos lo usen en platos salados, fermentados, salsas o bebidas, demostrando que su lugar no se limita solo al postre.


Opinión personal: miremos hacia lo nuestro

Como alguien que ha recorrido muchos rincones del país y que se ha formado en el mundo gastronómico, creo que debemos aprender a valorar y defender nuestro cacao y chocolate real. Muchas veces consumimos productos “de chocolate” que son solo azúcar, grasa y saborizantes. Otras veces, celebramos marcas internacionales sin saber que su sabor nace en nuestros bosques.

En Bolivia hay materia prima de altísima calidad, procesos cuidadosos, y un producto final que —cuando se respeta el origen— es de lo mejor del mundo. Solo falta que nosotros también lo entendamos así. Que lo preguntemos, lo pidamos, lo consumamos con criterio.

Porque si el mundo ya lo reconoció, ¿por qué no lo hacemos nosotros?

Cacao, murta y hongos silvestres: una cena a seis manos que unió a Chile y Bolivia

El viernes 6 de junio, el restaurante Arami fue el escenario de una colaboración a seis manos entre tres propuestas notables: Marsia Taha, anfitriona y cocinera de Arami; Javier Avilés de Pulpería Santa Elvira (puesto 57 en Latin America’s 50 Best Restaurants 2024); y Fiol Dulcería, liderada por Camila Fiol, reconocida como la mejor pastelera de Latinoamérica en 2024 según 50 Best.

Aunque Camila llegó a Bolivia para la ocasión, tuvo que regresar a Chile el mismo día del evento por una emergencia familiar. Aun así, dejó su huella: recetas, insumos y sabor perfectamente ejecutados por el equipo de Arami.


El inicio: ceviche, sandía y trufa chilena

La cena comenzó con una copa de Osadía, un espumante rosé boliviano elaborado con método champenoise. Los primeros snacks marcaron el tono de la noche: palta reina con ceviche de jaiba, sabroso y lleno de textura, y un canapé de chivé con carpaccio de sandía y tubérculos crocantes.

Uno de los momentos más memorables fue el paso que cada comensal debía montar en su mesa: sopaipilla de calabaza como base y, por separado, un trío de hongos de recolección cocinados —lengua, loyos y níscalos, traídos desde Chile— sobre los que se ralló trufa chilena. Esta trufa, más sutil que la europea, tiene un aroma profundo, con notas terrosas, y marca el inicio de una producción emergente en el país vecino. El ensamblaje fue personal, y la combinación resultó espectacular.

Maridamos este paso con un rosado boliviano, blend de tannat, bonarda y syrah, de la bodega Marqués de la Viña, que acompañó a la perfección, equilibrado, respetó la complejidad y profundidad del plato.


Maridajes precisos para platos potentes

Se sirvió un moscatel de Alejandría de Tierra Roja, también boliviano, uno de los maridajes más acertados de la noche. Este vino acompañó el que fue, sin duda, uno de los platos más potentes del menú: calamar austral, jamón de albacora, crema de almejas y algas encurtidas, una propuesta de inspiración japonesa, intensa y sabrosísima. El vino logró armonizar con los sabores marinos sin opacarlos, creando un equilibrio notable.

Después llegó el anticucho de paiche, con salsa demi-glace de pollo con tinta de calamar y togarashi, acompañado con papa andina encurtida, todo incrustado en una brocheta. El maridaje fue la Negra Criolla de Jardín Oculto, uno de mis vinos favoritos, siempre expresivo.

Le siguió Ladino, un vino chileno elaborado con uva país, que es la misma cepa que en Bolivia conocemos como negra criolla o misionera. A diferencia de los bolivianos, este tenía un perfil más mineral, marcado por su terroir. El plato: terrina de pato y charque de pato, con mole amazónico a base de cacao boliviano al 70%, acompañado de puré de walusa, papaya verde encurtida y frutas amazónicas como motacú y sinini. Intenso, complejo y profundamente sabroso.


Postres con firma de Fiol Dulcería

La parte dulce comenzó con un espumante Altosama Rosé, que acompañó un postre basado en murta, una baya silvestre chilena: helado, gomitas, frutos frescos y avellanas.

Luego llegó un semifreddo de papaya nativa chilena, más cercana a la carambola que a nuestras papayas. Venía acompañado de mermelada de la misma fruta, crema de maíz y un crocante de maíz nixtamalizado, cuyo aroma recordaba a nuestra pasankalla.

La cena concluyó con petit-fours que Camila Fiol dejó elaborados desde Chile, como broche final de una noche inolvidable.


Un intercambio sincero y sabroso

La integración de sabores y productos fue real: Bolivia y Chile compartieron territorio en cada plato. Conversar con Javier Avilés fue tan fluido como los sabores en la mesa; se notó su talento y claridad en cada paso. Y aunque Camila Fiol no pudo quedarse, su propuesta se hizo sentir de principio a fin.

Compartí mesa con amigos queridos, y entre risas, conversaciones y brindis, la noche pasó sin darnos cuenta.

Sobre los protagonistas

Marsia Taha
Chef boliviana y mente detrás de Arami, en La Paz. Reconocida por su trabajo de investigación y cocina con ingredientes nativos, Marsia fue elegida Mejor Chef Femenina de Latinoamérica 2024 por Latin America’s 50 Best. Su propuesta revaloriza los productos bolivianos con técnica, sensibilidad y sostenibilidad, convirtiendo a Arami en uno de los referentes de la nueva cocina amazónica.

Javier Avilés
Chef chileno y fundador de Pulpería Santa Elvira, restaurante ubicado en Santiago de Chile que ocupa el puesto 57 en la lista de Latin America’s 50 Best Restaurants 2024. Su cocina se caracteriza por el respeto al producto local, el uso creativo de ingredientes de temporada y una interpretación contemporánea de las recetas tradicionales chilenas. Javier es considerado una de las figuras más interesantes de la gastronomía chilena actual.

Camila Fiol
Pastelera chilena y fundadora de Fiol Dulcería, un proyecto que explora la dulcería desde lo técnico, emocional y cultural. Fue reconocida como la Mejor Chef Pastelera de Latinoamérica 2024 por Latin America’s 50 Best. Camila trabaja con productos nativos, técnicas contemporáneas y un enfoque que combina memoria, precisión y creatividad. Su propuesta ha redefinido la manera de entender la pastelería en la región.

Cuñapé, el bocado que conquistó Bolivia con queso, crocancia y memoria

Hay sabores que te acompañan toda la vida. Algunos están ligados a celebraciones, otros a rituales diarios, pero hay unos pocos que se instalan en la memoria con una naturalidad tan cálida que basta un solo mordisco para sentirse en casa. En Bolivia, uno de esos sabores es, sin duda, el cuñapé.

El cuñapé es pequeño, sí, pero poderoso: una esfera dorada, crocante por fuera y esponjosa por dentro, hecha con almidón de yuca y mucho queso. Su historia comienza en el oriente boliviano, pero hoy es una presencia habitual en todo el país, amado por grandes y chicos, por paladares dulces o salados, como desayuno, merienda o simplemente antojo.


Una historia que se hornea desde hace siglos

Aunque su forma moderna se popularizó en Santa Cruz, el cuñapé tiene raíces compartidas con otros bocados latinoamericanos hechos a base de almidón de yuca, como el pão de queijo de Brasil o los pandeyucas de Colombia. De hecho, los historiadores gastronómicos han debatido largamente sobre su origen exacto.

Una diferencia clave está en la preparación y los ingredientes: el pão de queijo no lleva mantequilla y requiere calentar ciertos ingredientes, mientras que el cuñapé sí lleva mantequilla, se prepara con queso semicurado (como el chaqueño) y su masa no necesita cocción previa. Además, el tipo de queso marca una diferencia profunda en el sabor y la textura. No son iguales, aunque sean primos cercanos.

Según Azafrán Bolivia, el cuñapé comenzó como una adaptación local, aprovechando ingredientes autóctonos y saberes regionales, dando como resultado un producto profundamente boliviano, de técnica sencilla y sabor complejo.


¿Qué significa “cuñapé”? Etimologías que también cuentan historias

El cuñapé no solo es un bocado delicioso: su nombre también carga con una herencia cultural que ha sido interpretada de distintas formas. Una de las versiones más difundidas sostiene que proviene del guaraní: “cuñá” significa mujer y “” se traduce como pan o pie, sugiriendo que era una receta tradicionalmente transmitida por mujeres, un secreto de cocina con raíz femenina.

Sin embargo, Azafrán Bolivia aporta otra lectura interesante: en este caso, “pé” se interpreta como pecho o chata, lo que daría como resultado un significado mucho más visual —pecho de mujer— haciendo alusión a la forma redondeada y abultada del cuñapé. Sea cual sea la etimología exacta, ambas versiones coinciden en lo esencial: el cuñapé es un símbolo de identidad, herencia y ternura.


Del oriente boliviano al resto del país

Si bien el cuñapé nació en tierras cálidas como Santa Cruz, Beni o Pando, hoy se lo encuentra en todo el país. Cafeterías en La Paz lo sirven recién salido del horno con café filtrado; mercados de Cochabamba lo ofrecen como merienda de media mañana; en Oruro y Potosí acompaña tardes frías con té caliente.

Cada región lo adapta según el queso disponible o el tipo de horno, pero el resultado es siempre el mismo: una explosión de sabor y textura que se siente familiar, sin importar dónde estés.

Y aunque hoy puedes encontrar versiones industriales, congeladas o listas para hornear, nada se compara con el cuñapé casero. El más delicioso que probé fue en el Beni, horneado en una casa de familia. No tengo una dirección exacta para darte, pero puedo describírtelo: crocante por fuera, suave como nube por dentro, salado en su punto justo. Perfecto.


Opinión personal (y una afirmación sin miedo)

Para mí, el cuñapé no es solo uno de los mejores bocados de Bolivia: es uno de los mejores bocados del mundo. No necesita rellenos ni salsas ni adornos: es puro queso, textura y calidez.

Tiene esa virtud poco común de ser a la vez humilde y sofisticado. Lo puedes comer a media mañana como si nada… o servirlo en una mesa elegante y seguir siendo estrella. Es versátil, es boliviano y es, sin duda, una joya de nuestra panadería tradicional.

La sopa de maní, la cucharada más querida de la cocina boliviana

Hay platos que logran contener el alma de un país en una sola cucharada. En Bolivia, esa cucharada humeante y sabrosa se llama sopa de maní. Blanca, envolvente, con cuerpo, siempre reconfortante, esta preparación ha resistido el paso del tiempo sin perder su lugar en la mesa diaria y en el corazón colectivo. Es, sin exagerar, una de las sopas más queridas del país.

No es solo un plato típico: es un símbolo. Y como todo símbolo, tiene múltiples formas, historias y significados. Porque si algo distingue a esta sopa es su capacidad de adaptarse sin dejar de ser ella misma: una sopa que sabe a casa, a campo y a memoria viva.


Una historia que empieza con cazuela (y miles de años de historia)

Se dice que la sopa de maní tiene su origen en la cazuela de maní, una preparación que aún se conserva en los valles bolivianos. Espesa, energética y abundante, esta receta tradicional incluye arroz, garbanzos, repollo, carne, verduras y maní. Con el tiempo, fue evolucionando hacia lo que hoy conocemos como sopa de maní: más ligera, más fluida, pero igualmente profunda en sabor.

Detrás de su ingrediente estrella hay una historia ancestral. El maní que usamos hoy nació en el sur de Bolivia hace unos 9.400 años, como resultado del cruce natural de dos especies silvestres, gracias a la migración y recolección humana. Comenzó a cultivarse hace entre 7.000 y 8.000 años y fue la cultura inca la que lo expandió por Sudamérica y Mesoamérica. En México fue adoptado por los aztecas, quienes lo bautizaron como cacahuate, derivado del náhuatl tlālcacahuatl, que significa “cacao de la tierra”.

Un dato importante: el maní que se utiliza en esta sopa no es tostado. Se emplea crudo, pelado y molido, lo que permite conservar su sabor suave y lograr la textura cremosa que caracteriza a esta preparación.

Sabores que cuentan historias (región por región)

Una de las maravillas de la sopa de maní es su capacidad de adaptarse al territorio. En Bolivia, cada región ha creado su propia versión, con ingredientes y matices que responden a la geografía, al clima y a la tradición:

  • En los llanos, suele servirse acompañada de arroz, yuca e incluso plátano frito.
  • En los valles, puede llevar ají colorado molido en piedra, caldo de chivo o res, y papa.
  • En el altiplano, es habitual encontrarla con carne de cordero y un generoso puñado de papas fritas al hilo coronando el plato.

Esa capa crujiente de papas fritas —jamás negociable— es más que un detalle. Aporta textura, carácter y un sabor que conecta directamente con la infancia, la mesa familiar y la cocina casera.


Una opinión personal (y una receta que une)

Para mí, la sopa de maní es una de las grandes delicias de Bolivia. Un plato que, de alguna manera, nos une. Porque aunque cada región y cada hogar tiene su versión —más espesa o más ligera, con diferentes cortes de carne o ingredientes— la mayoría de los bolivianos la ama. Y eso no es poca cosa.

En lo personal, la prefiero con fideo, con un equilibrio justo entre lo espeso y lo liviano. Y sí: con papas fritas al hilo en la parte superior. Ese contraste entre lo cremoso y lo crocante es, para mí, la definición de lo reconfortante.

Hay comidas que se disfrutan. Y hay otras, como esta, que también se recuerdan. Porque la sopa de maní no solo alimenta el cuerpo: calienta el alma.

Gastronomía boliviana: identidad, territorio y una mesa con nombre propio

Durante años, Bolivia fue uno de esos secretos celosamente guardados en el mapa culinario de América Latina. Un país discreto, diverso, profundo, cuyo talento gastronómico comenzaba —casi siempre— en el fogón de casa y no en los rankings internacionales. Pero eso está cambiando.

Con un territorio que lo tiene todo —altiplano, amazonía, chaco, valles fértiles y una identidad cultural que no se deja encapsular— Bolivia empieza a consolidarse como un destino gastronómico integral, donde el acto de comer no es solo saciar el hambre: es descubrir, aprender, emocionarse y conectar.

No hablamos únicamente de platos típicos. Hablamos de una cocina que florece desde la tierra, de ingredientes nativos que inspiran, de técnicas heredadas por generaciones, de una mirada actual que respeta el origen mientras imagina el futuro.


La geografía como ingrediente principal

Pocos países concentran una diversidad ecológica como la boliviana. Esa riqueza natural se traduce directamente en su despensa: más de 1.500 variedades de papa, quinuas y cañahuas consideradas superalimentos, maíces ancestrales, café de los Yungas, singani, vino de altura, cacao amazónico orgánico, ajíes nativos como el chicotillo o el huacareteño, hongos silvestres de Pisily, y frutas con nombres tan evocadores como copoazú, asaí, achachairú o motacú.

Cada producto cuenta una historia. Y cada región —de los valles de Cinti a los mercados de Cochabamba, de las pampas del Beni a las terrazas del altiplano— tiene una forma propia de cocinar y narrarse.


Comer es recorrer: turismo con gusto

La gastronomía boliviana se disfruta en la mesa, pero también se camina, se huele, se observa y se conversa. En las rutas del vino de Tarija, en los desayunos de mercado en Sucre, en las cocinas abiertas de La Paz o en las comunidades que recolectan frutas amazónicas, comer es también viajar.

Es en esos recorridos donde el visitante entiende que cada sabor está vinculado a un territorio, a una altitud, a un microclima, a una historia. Y que detrás de cada técnica hay una voz, una memoria, una resistencia.

Bolivia empieza a atraer a viajeros que buscan más que una postal bonita: buscan autenticidad. Y la cocina es, sin duda, uno de sus mayores paisajes.


Una opinión personal (y profundamente boliviana)

Creo que Bolivia no imita, no repite, no se disfraza. Bolivia tiene identidad. Cada uno de nuestros territorios tiene algo que contar, algo que mostrar y algo urgente por registrar.

Tenemos una variedad inmensa de panes, frutos amazónicos que parecen infinitos, somos la cuna del ají, y sí: tenemos uno de los mejores chocolates del mundo y uno de los cafés más reconocidos de la región.

Nuestros mercados son escuelas vivas. Con saberes que no están en los libros sino en las manos. Fermentos, técnicas orales, ollas que huelen a campo, fuego y origen. Nuestra llajua —considerada la salsa picante más antigua del mundo— sigue acompañando cada almuerzo boliviano, desde un plato gourmet hasta una sopa callejera.

Nuestros superalimentos como la quinua y la cañahua han llegado a la NASA. Y mientras viajan al espacio, siguen en la olla de una abuela que cocina como le enseñaron, con lo que le da la tierra.

Eso somos: raíces, diversidad, territorio, sabor. Y eso quiero compartir contigo. En mis redes te muestro retazos de este universo. Pero esta página web es un espacio nuevo, más íntimo, más extenso, donde voy a contarte mis vivencias, mis hallazgos, mis certezas. Porque me siento profundamente orgulloso de mi Bolivia y de todo lo que representa.

Chuquisaca en sabores: tradición, picante y productos con raíz profunda

Al hablar de la cocina boliviana, hay una región que late con un ritmo propio: Chuquisaca. Desde sus valles fértiles hasta sus cocinas campesinas, este departamento del sur de Bolivia guarda una de las expresiones gastronómicas más ricas, auténticas y profundamente ligadas al territorio.

La comida chuquisaqueña es reconocida por su variedad, su sazón intensa y su equilibrio entre extremos: el dulzor de sus granos y frutas se combina con el fuego de sus ajíes, creando platos que sorprenden tanto a locales como a visitantes.


Chorizo chuquisaqueño: sabor de identidad urbana

Uno de los emblemas culinarios de Chuquisaca es, sin duda, el chorizo chuquisaqueño. Este embutido de cerdo, condimentado con precisión, se sirve tradicionalmente antes del mediodía, acompañado por mote blanco, pan sopado en manteca, ensalada fresca y locoto. Su versión callejera, el sándwich de chorizo, también goza de gran popularidad.

En Sucre, hay un nombre que resuena cuando se habla de este plato: “7 Lunares”, un local convertido en leyenda, nacido del ingenio de una mujer carismática a inicios del siglo pasado. Hoy, tras cinco generaciones, sigue sirviendo chorizos con la misma receta y espíritu, consolidándose como un patrimonio culinario.


Cocina de valle: fuego, maíz y tradición campesina

La gastronomía de Chuquisaca es vasta y profundamente local. No se apoya en lujos ni artificios: sus recetas nacen del campo, del fogón, de ingredientes autóctonos y saberes heredados.

Entre los platos más representativos se encuentran:

  • Fritanga: carne de cerdo cocida con ají colorado, cebolla y mote blanco.
  • Mondongo: preparado con cuero de cerdo, maíz cocido y ají, ligado a fechas festivas.
  • Karapecho: charque seco con papa y mote, de raíces andinas.
  • Koko de pollo: cocinado con chicha artesanal, hierbas y condimentos.
  • Sulka: carne de res, mote y ensalada, con sabores rústicos y frescos.
  • Picante de pollo criollo: protagonista en ferias y festividades rurales.

Las provincias como Padilla, El Villar, Yamparáez, Zudáñez e Icla ofrecen variaciones de estos platos, sumando a la diversidad del repertorio chuquisaqueño.


Ají: el corazón de la sazón chuquisaqueña

En Chuquisaca, el ají no es condimento: es cultura. El departamento produce más del 80% del ají nacional y lo hace con identidad propia. En Padilla se cultivan variedades únicas como el Chicotillo —considerado uno de los más picantes del país— o el dulce Asta de Toro, pasando por el Huacareteño y el Punta de Lanza.

Desde 2014, estos ajíes cuentan con Denominación de Origen, una distinción que protege su autenticidad y reconoce su valor cultural y agrícola. La llajua, salsa emblema de Bolivia, cobra vida en Chuquisaca con una intensidad difícil de replicar en otras regiones.


Una cocina natural y profundamente nutritiva

En las zonas rurales, la alimentación sigue siendo natural, orgánica y profundamente conectada al entorno. La mayoría de las preparaciones no usan manteca ni aceites procesados, y se basan en ingredientes nobles como papa, oca, maíz, trigo, habas, arvejas, queso y carnes criollas.

Platos como el trigo uchu, el phiri de trigo o quinua, el runtu uchu (huevo con ají), y sopas como la jarwi lawa y la lawa de jank’a quipa son comunes en comunidades donde se cocina con sal, ajo, perejil y ají, y donde el mote, en todas sus formas, es parte esencial del día a día.


Bebidas tradicionales: refrescar el alma

Chuquisaca también se bebe. Además del legendario singani de Camargo, la región ofrece una colección de bebidas sin alcohol elaboradas con cereales, semillas y frutas:

  • Chichas de maní, quinua o coco.
  • Refrescos de sésamo, linaza, cebada, trigo o molle luru.
  • Api de maíz o de semillas de zapallo.
  • Aloja de thacu, miel o lacayote.

Son refrescos con historia, preparados con técnicas heredadas, que siguen sirviéndose en ferias y hogares rurales.


Camargo y los valles de sabor líquido

En el sur de Chuquisaca, Camargo y el Valle de Cinti mantienen una fuerte tradición vinícola. Aquí, el sol maduro y la altura ofrecen condiciones excepcionales para la uva criolla. El singani San Pedro, producido con técnicas coloniales, es un legado líquido que sigue vigente. El vino, tanto tinto como blanco, forma parte de la cultura local, consumido en fiestas, rituales o simplemente al caer la tarde.


Chuquisaca es tierra que alimenta

Hablar de Chuquisaca es hablar de productos con nombre y apellido, de sabores que tienen raíz y de un pueblo que sigue cocinando con orgullo. Su cocina, tanto urbana como rural, es un testimonio vivo de Bolivia: diverso, generoso, vibrante.

No hace falta una fecha especial para celebrarlo. Basta un plato bien servido, una llajua recién molida, una historia que se cuenta mientras se come.

Amazonía en la mesa: una cena entre Arami y Maido que unió Bolivia y Perú

Una noche en la que el producto amazónico brilló sobre todas las cosas, uniendo a Perú y Bolivia en una cocina íntima, técnica y emocionalmente poderosa.

En el tranquilo barrio de Achumani, en La Paz, se vivió una cena amazónica en Arami que quedará grabada en la historia reciente de la gastronomía boliviana. Al cruzar las puertas el murmullo urbano quedó atrás y entré en una atmósfera cálida, perfumada por maderas nobles, tejidos y vegetación bien medida. Nada era ostentoso: todo estaba en su lugar, como si la Amazonía se hubiese colado con elegancia dentro de este espacio diseñado para celebrar sabores. Esta noche no sería una más. Había sido invitado a la primera colaboración oficial entre Arami y Maido, el célebre restaurante peruano liderado por Mitsuharu “Micha” Tsumura. En cocina, junto a él, estaría Marsia Taha, la mente brillante detrás de Arami y reconocida en 2024 como la mejor chef de Latinoamérica por 50 Best. La expectativa estaba servida.


Un recibimiento con identidad

Antes de sentarnos, nos recibieron con un cóctel de autor: Flor de colonia, higo y vodka 1825, un equilibrio entre frescura herbal y dulzor preciso. El menú, personalizado con nuestros nombres, ya prometía una noche pensada al detalle. En la cocina abierta, podía verse cómo el equipo de chefs afinaba los últimos movimientos. El ambiente era íntimo, con sonidos amazónicos flotando entre las mesas, luz tenue y colores tierra que recordaban a la selva al atardecer.

Snacks que narran territorio

La cena comenzó con una serie de snacks que ya mostraban el carácter de la experiencia. El Zigzag, con chorizo regional y crema de loche, fue una explosión de textura y umami. Luego, una aleta de pacú con flores, ajíes y escamas, seguida de una sorpresa no anunciada: un mini sándwich bao de paiche ahumado y mostaza, que se convirtió en uno de mis favoritos. El pan de yuca con ceniza de roble y mantequilla de la casa completó una apertura brillante.

El maridaje: Nature Millésime Altosama, Chardonnay 2019, de Tarija. Preciso, elegante, boliviano y perfecto.

Fuerza amazónica y sutileza nikkei

Cada plato principal fue una postal comestible del bioma compartido entre Perú y Bolivia. El ceviche amazónico, con crema de castañas de Bahuaja, corvina, ovas de trucha y leche de tigre con ají negro, fue una obra de arte, uno de los platos más equilibrados y elegantes de la noche. Aquí se lució el talento de la sommelier Andrea Moscoso, quien propuso como maridaje un Sauvignon Blanc 2023 de Bodega Uvairenda, Samaipata, cuya acidez vibrante y mineralidad realzaron cada matiz del ceviche. Una elección brillante.

Luego llegó la piraña ahumada, servida con leche de cusi, motacú y sacha cilantro, acompañada por un rosé de Jardín Oculto del Valle de Cinti, cuya cosecha colectiva incluyó mi participación: una botella firmada por todos los que pusimos manos en la viña. Verlo servido, con nuestras firmas en la etiqueta, fue emotivo.

Los caracoles al sillao, con espuma de papa pituca y salsa nikkei, elevaron el juego técnico. El maridaje cruzó fronteras: Duermevela, un vino peruano de Albilla e Italia del Valle de Pisco, uno de los descubrimientos de la noche: aromático, expresivo y perfectamente balanceado.

El Juane, plato amazónico envuelto, con papada de cerdo, chonta y fariña, fue reconfortante y sofisticado a la vez. El maridaje: Cereza Criolla 2023 del Valle de Cinti, de la bodega Cepas de Oro, cerró esa parte con gracia y frescura.


Dulces finales y texturas profundas

El primer postre —pacay, lúcuma y polvo de ciruelos— jugó con temperaturas, sabores suaves y acidez. El pacay semihelado tenía un efecto curioso en los dientes, pero más como una travesura que como un problema. Cerramos con Teobromas, una combinación intensa de copoazú, cacao y café. Mordí una semilla de copoazú salada, como indicaba la secuencia, y luego, una cucharada del helado de cacao con pulpa de copoazú: un viaje entre selva, dulzor, acidez y profundidad.

El cierre perfecto: música, gin y comunidad

La noche terminó en alto con Radio Cutipa tocando en vivo: sonidos bolivianos, vibrantes y alegres. En la barra, La República servía cócteles con gin boliviano y frutas amazónicas. Se armó un ambiente festivo y relajado: la gente bailó, conversó con los chefs, y la alta cocina se volvió cercana, compartida.

Para cerrar, la Embajada del Perú, que apoyó el evento, entregó un souvenir especial, un gesto que selló una noche difícil de olvidar.


Este encuentro entre dos cocinas hermanas dejó claro que el futuro de la alta gastronomía latinoamericana está profundamente enraizado en lo ancestral.


Sobre los protagonistas

Marsia Taha

Chef del restaurante Arami en La Paz, Bolivia. Fue reconocida como Mejor Chef Femenina de Latinoamérica 2024 por Latin America’s 50 Best. Su cocina explora y revaloriza los ingredientes nativos bolivianos —especialmente amazónicos— combinando tradición e innovación con un enfoque sostenible. Es también una figura clave en el movimiento culinario boliviano por su trabajo con comunidades e insumos autóctonos locales.

Mitsuharu “Micha” Tsumura

Chef peruano-japonés, fundador de Maido, en Lima, considerado uno de los mejores restaurantes del mundo. Pionero en la cocina nikkei, su propuesta fusiona técnicas japonesas con ingredientes peruanos, creando una de las expresiones gastronómicas más influyentes de América Latina. Micha es reconocido por su creatividad, técnica impecable y su capacidad de hacer de la cocina una forma de diálogo entre culturas.

Llajua boliviana: historia, sabor y emoción en una salsa milenaria

Picante, ancestral y viva: la esencia de Bolivia en una salsa

En cada esquina de Bolivia, desde los puestos callejeros hasta las cocinas más refinadas, hay una presencia que lo acompaña todo: la llajua. Esta salsa picante —cuya etimología proviene del quechua llaqwa, que significa simplemente “salsa de ají”— es mucho más que un aderezo. Es un ritual cotidiano, una herencia cultural viva, y quizás uno de los condimentos más antiguos de América del Sur.

De acuerdo con el portal Azafrán Bolivia, su origen se remonta a las cocinas precolombinas de los Andes, donde el locoto (Capsicum pubescens) y el tomate ya formaban parte del universo alimentario andino. Se dice que los pueblos originarios utilizaban estos frutos no solo por su sabor, sino también por sus propiedades medicinales y simbólicas.


El corazón de la llajua: ingredientes simples, sabor profundo

La receta base no ha cambiado mucho desde entonces: locoto —el ají típico andino, carnoso y potente— y tomate. Algunos agregan una hierba aromática según la región:

  • En el altiplano, se prefiere la huacataya, con su aroma profundo y mentolado.
  • En los valles, predomina la quirquiña, de sabor intenso y anisado.
  • En algunas regiones, se le suma cebolla picada, vinagre, agua, o incluso aceite.

Pero si hay algo que nunca puede faltar es un toque justo de sal. Ese pequeño detalle realza los sabores y equilibra el picante. Como bien saben las abuelas bolivianas, una llajua sin sal, no es llajua.


El batán: el alma del sabor

Tradicionalmente, la llajua se prepara en batán, un mortero de piedra que ha acompañado a las familias andinas durante siglos. El proceso no es solo físico, sino casi espiritual. Moler el locoto y el tomate a mano permite conservar sus aceites esenciales, evitar la oxidación y obtener una textura rústica y vibrante.

En la actualidad, muchas personas usan licuadora, por practicidad. Pero quienes han probado la llajua hecha en batán saben que hay un antes y un después. “La licuadora la pica, el batán la revela”, dice una cocinera de mercado en La Paz.


La leyenda del humor y el picor

Uno de los aspectos más curiosos de la llajua es su vinculación emocional. En varias regiones se cree —y se dice con naturalidad— que el nivel de picante depende del estado de ánimo de quien la prepara. Si el cocinero está enojado, la salsa será más agresiva. Si está en paz, tendrá un picor más noble. Un mito popular que, aunque no comprobado científicamente, dice mucho sobre cómo los bolivianos entienden la cocina: como una extensión del alma.


Marraqueta y llajua: un clásico inesperado

Aunque la llajua suele asociarse con platos tradicionales como el silpancho, las salteñas, el anticucho o la sajta de pollo, existe un maridaje secreto que gana cada vez más fanáticos: llajua con marraqueta.

La marraqueta, el pan crocante por fuera y aireado por dentro, encuentra en la llajua un contrapunto perfecto. El crujido del pan, sumado a la intensidad del locoto, crea una experiencia sensorial sencilla pero explosiva. Muchos lo disfrutan en el desayuno, en una merienda improvisada o como un aperitivo antes del almuerzo.


Diversidad regional: una salsa, muchas identidades

En Bolivia, la llajua se transforma según la región y el contexto:

  • En Cochabamba, puede servirse más espesa y potente, con más locoto por volumen.
  • En el oriente, se suaviza y a veces se le incorpora aceite vegetal.
  • En el Chaco, se usan variedades más aromáticas de ají.

En todos los casos, se trata de una salsa preparada al momento, sin procesos de conservación ni envasado industrial. No es una marca: es una expresión cultural, efímera y viva.


La llajua es una salsa boliviana con historia prehispánica, hecha en batán con locoto y tomate, y perfecta con marraqueta y un toque de sal.

Una cucharada de identidad

Comer llajua no es solo agregar picante: es participar de una memoria colectiva, de sabores que han cruzado siglos. Es una manera de decir «estoy en casa» aunque estés en un mercado en Oruro, en una peña en Tarija o en un restaurante de autor en La Paz.

No se exporta fácilmente. No porque no se pueda, sino porque la llajua se entiende mejor cuando se hace frente a un batán caliente, con tomate fresco, locoto sudado, y alguien moliéndola con calma, o con rabia —según el día.


¿La has probado con marraqueta recién horneada? Si no, estás perdiéndote una de las formas más simples —y sabrosas— de conocer Bolivia, cucharada a cucharada.


Fuentes consultadas y recomendadas:

Descubre las 55 Experiencias Gastronómicas que Me Enamoraron en 2023

¡Hola a todos los amantes de la buena comida! Este año fue un festín de sabores increíbles y quiero compartir contigo las 55 cosas que probé y que definitivamente debes incluir en tu lista de «must-try».

Antes de sumergirnos en esta deliciosa travesía, quiero dejar claro que lo que estás a punto de leer es 100% mi opinión personal, basada en mis propias experiencias culinarias únicamente de este año 2023. ¡Así que prepárate para un viaje delicioso!

La Paz: Un Festín para el Paladar

Sandwich de Chola Paulita: El street food paceño es una cosa de locos; hay un montón de cosas escondidas que son muy ricas, y otras son mucho más visibles y tradicionales. Este es un ejemplo de años de tradición: el sándwich de Chola Paulita. Pídelo completo y con ají, ¡está tremendo!

La Creperie: Un crepe con pesto rojo o el pizza crepe son mis favoritos. Además, el lugar tiene una personalidad única que te encantará. Hay bastantes opciones dulces también, pero yo en general soy más fan de lo salado así que estos son los que probé.

Churros: Churros en la feria de Alasitas son un imperdible. ¡Una delicia que no puedes dejar de probar!

Gustu: Estas paletas fueron mis favoritas de entre varias delicias que probé en uno de los mejores restaurantes de Bolivia, Gustu. Me encantaron varios platillos de su menú, pero sin duda, estas paletas de manzanilla y Kiswaras son altamente recomendadas. Si tienes la oportunidad de visitarlo, te sugiero probar la Trucha con mango y castañas amazónicas, el Joco, urucú y cerdo, o el tamal de cordero con crema de ajíes.

La Boliviana: Como saben, tengo un restaurante en la ciudad de La Paz llamado La Boliviana, donde nos dedicamos a la cocina fusión, priorizando los sabores tradicionales de Bolivia. Este año hemos introducido varias innovaciones que han sido muy deliciosas. Sé que en mi restaurante todo puede parecerme delicioso (¡y creo que lo es, jajaja!), pero hay algunas creaciones que quiero destacar, como el cheesecake de api, estas quesadillas de Plato Paceño, y la crema de Chairo que me ha dejado impresionado.

Lolo: Lolo es un lugar al que puedes ir y todo es delicioso, pero este croissant con trucha curada, yogur y vegetales estaba espectacular. Creo que no está en su menú, pero también te recomiendo el sándwich de pastrami y el croissant con crema de ron.

Sacha Yuntas: Sacha es uno de mis lugares favoritos de la ciudad, al igual que todos los mencionados en esta lista. El ceviche, los sushis, la chicha morada y el volcán de chocolate de postre son mis preferidos.

Flor de Leche: Es una experiencia obligatoria para cualquier amante del queso. Si los visitas en Achocalla, puedes conocer sobre la producción de este y comer en el chalet. Tienen un menú corto pero muy sabroso; un imperdible de aquí es la fondue de quesos, pero ojo que siempre tienes que hacerte espacio para los postres, que también son muy buenos.

Cielo: Cielo es un bar nuevo en la ciudad que ofrece una coctelería clásica de muy buena calidad. Está ubicado en la Green Tower, y la vista que tiene de toda la ciudad acompaña muy bien a la experiencia que encuentras en este bar.

El Bestiario: El Bestiario es un bar con mucha personalidad y cultura que definitivamente debes visitar. Pero algo que se robó mi corazón es el chanchito ahumado que venden aquí; por ser tan rico, se hizo muy popular y ahora lo venden por kilo. Además de esto, si te gusta el gin, este será tu bar favorito. Tienen una gran variedad de cócteles con gin, y por otra parte, ya lanzaron su línea de gins embotellados que están muy buenos.

Phayawi: Es mi restaurante favorito de cocina tradicional boliviana. He probado varias cosas que me encantaron, pero por ahora, mis favoritos son el Falso Conejo, el Fricasé, la Sopa de Maní y los Ispis. Si quieres disfrutar de cocina tradicional muy bien ejecutada, este es el lugar.

Ancestral: Ancestral es un restaurante que tiene cocina a las brasas. Hay varias cosas muy ricas que puedes probar aquí, pero yo soy fiel amante de las papas, y las papas chicharrón de este lugar son mi debilidad. Sé que es una guarnición, pero soy honesto, esas son mis favoritas.

Soja: Otro de mis lugares favoritos de la ciudad es de cocina Nikkei. Soja tiene unos sushis muy buenos, y hace poco probé esta jalea de trucha que me gustó un montón.

Proyecto Nativa: Proyecto Nativa abrió este año en la ciudad de La Paz. Esta cocina me sorprende cada vez que voy; trabajan con un 80% de vegetales, ¡pero son los vegetales cocinados más ricos que hay!

La Gabu: La Gabu es como la hermanita pequeña de Propiedad Pública (otro de mis lugares favoritos) y tiene un sándwich que me pido siempre que puedo para comer en casa. Es uno de los sándwiches de pollo frito más ricos que he probado.

Typica: Este es uno de mis lugares clásicos, yo frecuento la sucursal de San Miguel, aparte de buen café de especialidad algo que me gusta mucho son sus empanadas caprese y su sándwich de charque.

Buen Provecho: Una mención especial a este proyecto, del cual también formo parte, pero que está teniendo un impacto muy positivo en el rubro gastronómico boliviano. Realizamos experiencias gastronómicas únicas y exclusivas, entrelazando y generando comunidad entre varios de los integrantes de esta lista y referentes gastronómicos en general. Sin duda, es algo que no te puedes perder si visitas La Paz o si este proyecto llega a tu ciudad.

Chuquisaca: Sabores Auténticos y Tradicionales

El Vergelito: La Sulka del Vergelito en Sucre es de las cosas más ricas que probé este año; definitivamente, tienes que probarlo.

Heladería Sandra: Una Vianesa en la Plaza Bolívar, es el postre ideal para cualquier momento. ¡Las texturas de la nata dentro del helado son fascinantes!

Mercado Central en Sucre: El sándwich de chorizo de 7 Lunares es una pequeña joya. ¡Muy recomendado!

Pensión de doña Nieves: El Puchero de la pensión de doña Nieves estaba espectacular. Pero este lugar es muy famoso por si quieres probar un buen ají chuquisaqueño. Definitivamente, tienes que comer en esta pensión si quieres probar sabores locales y deliciosos.

Proyecto Nativa: Si quieres explorar productos bolivianos, tienes que probar el menú degustación de Proyecto Nativa. Realmente es una experiencia extraordinaria. Te dejo algunas fotos de lo que probé, pero suelen cambiar el menú cada cierto tiempo, así que es probable que no pruebes lo mismo que yo probé. De todas formas, fui en varias ocasiones y siempre me sorprenden con tremendos sabores y técnica.

Taco Bonito: En el Valle de Cinti, a las afueras de Camargo, está el restaurante Taco Bonito de doña Chabela. Nos dijeron que el chancho al horno es de los mejores que probarás. Me queda pendiente una visita aún para probar eso, pero yo probé un picante mixto que estaba muy bueno. Además, de entrada unos maíces amarillos tan ricos que me comí uno entero yo solito. Esto habla mucho de los productos increíbles que puedes encontrar en los valles bolivianos.

Cochabamba: Placeres Gastronómicos en el Corazón de Bolivia

Mercado Calatayud: Un sándwich de chorizo que debes probar. ¡Una delicia local!

Empanadas Paula: Empanadas de queso tradicionales y deliciosas.

Rellenos Calama: Los Rellenos Calama me gustaron bastante. La corteza crujiente por fuera y el relleno estaban muy buenos. Tienen varias sucursales en esta ciudad.

Punto de Encuentro: El Charquekan cochabambino es muy diferente al Orureño, y definitivamente un gran referente cochabambino es El Punto de Encuentro; este es uno de mis favoritos siempre que visito esta ciudad.

Huayllani: Tomarte un buen té y acompañarlo con pastelería y comida deliciosa en general en el Palacio Portales es una experiencia que sí o sí te recomiendo.

Barra Limeña: En Cochabamba, un lugar que me recomendó una amiga muy querida es La Barra Limeña. Si eres amante del ceviche, este es el lugar correcto.

Potosí: Cocina Ancestral

El Hornito: Las salteñas de El Hornito de Potosí se robaron mi corazón; ¡son pequeñitas pero muy ricas!

Restaurante Doña Mecha: Si hablamos de Potosí, no podemos dejar de lado la Karapulka. Esta estaba deliciosa y memorable. La probé en Doña Mecha, muy cerca de la Casa de la Moneda.

Santa Cruz: Sabores del Oriente

Alquimia: Es una de mis cafeterías de especialidad favoritas en Santa Cruz. Me encanta el concepto, la atención y la oferta. Hay muy buen café, pero lo que realmente me enamoró de aquí es el Matcha Amazónico, debo confesar que amo el matcha.

Pasta Madre: Si hablamos de pastas, los ñoquis más deliciosos que probé en esta ciudad fueron de Pasta Madre. El lugar es súper lindo y las pastas son muy buenas.

El Aljibe: Es un lugar imperdible al que debes ir si estás en la ciudad de Santa Cruz y quieres probar comida tradicional. El Keperí de aquí es uno de mis favoritos, pero también encontrarás una gran variedad de platos, incluso un menú degustación con puros platos tradicionales.

La ruta Saborearte Chiquitos: Es algo que debes hacer al menos una vez en la vida. Conoces nuestra cultura a fondo de la mano de los protagonistas y pruebas cosas muy ricas al mismo tiempo. San José de Chiquitos tiene mucho por ofrecer.

Sacha: Es una de las paradas obligatorias para disfrutar de cocina peruana con insumos bolivianos en esta ciudad. Fui varias veces este año y hay cosas muy ricas, pero me quedo con el chicharrón de Yacaré y, por supuesto, el ceviche también.

Zen zoo: Los bubble teas llegaron a mi vida el año pasado, pero este año probé uno de mis favoritos, porque está hecho con mi fruta favorita de la vida: el Achachairú. Si estás en Santa Cruz o La Paz, tienes que probar estos bubble teas.

Comida Típica Suárez: Es otra parada obligatoria para probar cocina tradicional camba. Mi favorito es el locro de gallina.

Hapo: La Palta Reina de Hapo es algo que debes pedir de entrada cuando vayas a comer a este restaurante. Tiene un menú variado y delicioso, pero esta entrada se llevó mi corazón.

Tía María: Si te gustó El Aljibe, también tienen un restaurante en Samaipata llamado Tía María. Tiene el mismo concepto y el asadito colorado fue mi favorito en esta visita.

El Almacén de Emilia: Para mí, el almacén de Emilia es como llegar a casa. Toda la oferta que tienen es de muy buena calidad. Obviamente, tengo mis favoritos, pero realmente hay opciones para todos los gustos. Definitivamente, debes desayunar o brunchear aquí.

Vulcanica: Si hablamos de pizzas, Vulcanica está entre mis favoritas de la ciudad con una pizza estilo napolitano. La Tricolore me cautivó. Definitivamente, pronto vuelvo a probar más sabores.

Hito:  Fue un restaurante que me sorprendió. Probé una costilla de res que estaba espectacular. De hecho, pronto vuelvo a probar más.

Bebidas Bolivianas: Descubriendo el Sabor Nacional

Bodega Vacaflores: Tuve la oportunidad de viajar hasta Camargo y conocer esta bodega que me dejo muy impresionado, cada producto tiene mucha dedicación y trabajo arduo por detrás, así que la recomiendo al 100%. Probé muchas cosas deliciosas, estos son algunos de mis vinos favoritos de esta bodega:

San Pedro: Esta fue la primera bodega en producir Singani, un lugar lleno de tradición que tuve la oportunidad de visitar y hospedarme en la segunda hacienda más antigua de Bolivia. Realmente, fue un lujo poder conocer esto de primera mano y probar años de tradición en una botella, definitivamente si quieres aprender de Singani, tienes que probar San Pedro y conocer toda su historia.

La Encantada: Hay una gran variedad de Singanis en Bolivia. Probé algunos este año, y este de la bodega La Encantada fue uno que me gustó mucho, además que también tienen vinos muy buenos.

Cepa de Oro: Otra bodega que debes probar si quieres conocer vinos con notas bolivianas es Cepa de Oro. La negra criolla o la vischoqueña son imprescindibles.

PD: Si visitas esta bodega en el valle de Cinti, te recibirán con los brazos abiertos podrás conocer todo el trabajo que hay por detrás, pero también probar sabores muy buenos en cuanto a gastronomía. Unas humintas y un ají de conejo espectaculares, pero ojo, me contaron que toda la comida es muy buena porque está hecha con mucho cariño.

4 Llamas: Si hablamos de café, 4 llamas está entre mis favoritos que probé últimamente. Un emprendimiento cochabambino con producto paceño de Caranavi. ¡Si tienes la oportunidad de probarlo, hazlo!

Sausini: Este vino de la bodega Sausini del año 2016 ya se estaba agotando, aunque por ahí aún encuentras alguna botella. ¡Está muy bueno!

Don Lucho: Si seguimos hablando de Singanis, probé uno que me encantó también, el Don Lucho de Oro que tiene barrica de Jerez.

1750: Una bodega relativamente nueva con un producto muy bueno, que de hecho se exporta en su mayoría fuera del país, es 1750. Si puedes visitarlos, te llevarás una linda experiencia. Te comparto algunos de mis vinos favoritos de esta bodega:

Yokich: Una bodega que me falta conocer es Yokich, pero tuve el gusto de probar varios de sus vinos y singanis. Definitivamente, están haciendo un muy buen trabajo en este rubro.

Jardín Oculto: Este año tuve el honor de asistir a la vendimia de esta bodega, definitivamente una experiencia única e inolvidable, los vinos que está trabajando esta bodega están en un gran nivel, además con varios reconocimientos internacionales!

Barbacana: También los visité este año y me sorprende el trabajo que realizan, un Singani muy bueno y vinos tremendos que tienes que probar.

Magnus: Una bodega más a la lista de las que visité este año y me sorprendió, tienen una construcción nueva que esta super linda, pero si hablamos de los vinos están tremendos, también un Singani de lujo que se mandaron y hay “Algo” que me encantó también, sólo para conocedores jajaja

¡Espero que disfrutes explorando estos lugares y sabores tanto como yo lo hice este año! ¡Buen provecho!

PD: sí haces click en el nombre de cada lugar encontrarás su ubicación.

Guía street food / comida callejera Bolivia

La comida callejera es algo que tienes que probar si estas en Bolivia, definitivamente este es un país en el que puedes encontrar muchas delicias a precios muy económicos. Y qué mejor que confiar en la recomendación de los mismos bolivianos para saber cuales son esos lugares ideales para disfrutar del mejor street food.

Hola a todos, para los que vienen de Instagram bienvenidos! para los que no, los invito a visitarme por allá @TheBolivianFoodie.

Esta guía es bastante útil para todos los que quieren probar comida callejera en Bolivia, se realizó con el aporte de la comunidad #BolivianFoodie, entre todos recomendamos diferentes caseras o caseros de comida callejera en diferentes ciudades de Bolivia, la idea es que esta lista pueda ir creciendo, así que si tienes un aporte lo puedes dejar al final en los comentarios!

Y ahora sí lo que todos esperaban… les dejo a continuación la lista de recomendaciones deliciosas en varias ciudades de Bolivia. 

Cochabamba

  • Anticuchos de La Oli – Mercado Calatayud 
  • Trancapechos de la Anita – Las Islas
  • Sonsos de la esquina Av. América y Tupac amaru
  • Trancapecho de la Av. América y Libertador
  • Anticuchos en la calle Punata y pasaje que entra al mercado La Paz
  • Tucumanas con WIFI gratis!!! al salir de la Tirana
  • Trancapecho de doña Benita en el palacio del trancapecho

Santa Cruz

  • Pacumutus y pan con ajo en el cruce del 7 calles
  • Sonsos y Arepas en los puestos del mercado en Cotoca

La Paz

  • Salchipapas de El Evo cerca al Stadium
  • Lechon en la Plaza España a 20 pesitos con yapa
  • Milas frente a la Iglesia de San Miguel
  • Menchos en San Miguel
  • Giros frente al Alexander en San Miguel
  • Pescados en la esquina detrás de la biblioteca del Cementerio General
  • Anticucho de la 20 de octubre y Aspiazu
  • Angys en la 6 de agosto
  • Riñoncitos al jugo de Doña Julia en la Cancha Zapata
  • Hamburguesas a la altura del edificio Hoy en la 6 de agosto
  • Las Tucumanas de «El Prado»
  • Hamburguesas en Miraflores, esquina Villaobos
  • Tripitas de la plaza Alonso de Mendoza
  • Salchipapa de “El Chino” en Miraflores, plaza triangular
  • Rellenos de papa de Doña Emi frente a la Iglesia San Francisco
  • Ranga en el Stadium
  • Sandwich de Chorizo de doña Elvira en el mercado Lanza
  • Llauchas en la Tumusla y Buenos Aires
  • Falso Conejo en la Perez, detrás de las gaseosas [por la noche]
  • Sandwich de palta mercado de obrajes
  • Anticuchos de la calle 22 de Calacoto esquina Ballivian
  • Api con pastel o buñuelos por la Uyustus, calle Incachaca
  • Sandwich de Chola en el Estado Mayor, en Miraflores
  • Donas del 5to centenario en la 6 de agosto
  • Helados de canela en el Cementerio

El Alto

  • Tripitas de la ceja calle 2

Sucre

  • Pollitos de doña Deme
  • Papas rellenas de la Case en la Facultad de Arquitectura

Oruro

  • Salchipapas en el Parque de la Unión

Espero que esta lista te haya sido útil, ya sabes dónde comer si estas en alguna de estas ciudades en Bolivia. Como verás podemos hacer que esta lista crezca, así que puedes dejar tu aporte en los comentarios, el único requisito es que sea delicioso.

¡Buen Provecho!

@TheBolivianFoodie