Hay platos que logran contener el alma de un país en una sola cucharada. En Bolivia, esa cucharada humeante y sabrosa se llama sopa de maní. Blanca, envolvente, con cuerpo, siempre reconfortante, esta preparación ha resistido el paso del tiempo sin perder su lugar en la mesa diaria y en el corazón colectivo. Es, sin exagerar, una de las sopas más queridas del país.
No es solo un plato típico: es un símbolo. Y como todo símbolo, tiene múltiples formas, historias y significados. Porque si algo distingue a esta sopa es su capacidad de adaptarse sin dejar de ser ella misma: una sopa que sabe a casa, a campo y a memoria viva.
Una historia que empieza con cazuela (y miles de años de historia)
Se dice que la sopa de maní tiene su origen en la cazuela de maní, una preparación que aún se conserva en los valles bolivianos. Espesa, energética y abundante, esta receta tradicional incluye arroz, garbanzos, repollo, carne, verduras y maní. Con el tiempo, fue evolucionando hacia lo que hoy conocemos como sopa de maní: más ligera, más fluida, pero igualmente profunda en sabor.
Detrás de su ingrediente estrella hay una historia ancestral. El maní que usamos hoy nació en el sur de Bolivia hace unos 9.400 años, como resultado del cruce natural de dos especies silvestres, gracias a la migración y recolección humana. Comenzó a cultivarse hace entre 7.000 y 8.000 años y fue la cultura inca la que lo expandió por Sudamérica y Mesoamérica. En México fue adoptado por los aztecas, quienes lo bautizaron como cacahuate, derivado del náhuatl tlālcacahuatl, que significa “cacao de la tierra”.
Un dato importante: el maní que se utiliza en esta sopa no es tostado. Se emplea crudo, pelado y molido, lo que permite conservar su sabor suave y lograr la textura cremosa que caracteriza a esta preparación.


Sabores que cuentan historias (región por región)
Una de las maravillas de la sopa de maní es su capacidad de adaptarse al territorio. En Bolivia, cada región ha creado su propia versión, con ingredientes y matices que responden a la geografía, al clima y a la tradición:
- En los llanos, suele servirse acompañada de arroz, yuca e incluso plátano frito.
- En los valles, puede llevar ají colorado molido en piedra, caldo de chivo o res, y papa.
- En el altiplano, es habitual encontrarla con carne de cordero y un generoso puñado de papas fritas al hilo coronando el plato.
Esa capa crujiente de papas fritas —jamás negociable— es más que un detalle. Aporta textura, carácter y un sabor que conecta directamente con la infancia, la mesa familiar y la cocina casera.
Una opinión personal (y una receta que une)
Para mí, la sopa de maní es una de las grandes delicias de Bolivia. Un plato que, de alguna manera, nos une. Porque aunque cada región y cada hogar tiene su versión —más espesa o más ligera, con diferentes cortes de carne o ingredientes— la mayoría de los bolivianos la ama. Y eso no es poca cosa.
En lo personal, la prefiero con fideo, con un equilibrio justo entre lo espeso y lo liviano. Y sí: con papas fritas al hilo en la parte superior. Ese contraste entre lo cremoso y lo crocante es, para mí, la definición de lo reconfortante.
Hay comidas que se disfrutan. Y hay otras, como esta, que también se recuerdan. Porque la sopa de maní no solo alimenta el cuerpo: calienta el alma.