Cacao, murta y hongos silvestres: una cena a seis manos que unió a Chile y Bolivia

El viernes 6 de junio, el restaurante Arami fue el escenario de una colaboración a seis manos entre tres propuestas notables: Marsia Taha, anfitriona y cocinera de Arami; Javier Avilés de Pulpería Santa Elvira (puesto 57 en Latin America’s 50 Best Restaurants 2024); y Fiol Dulcería, liderada por Camila Fiol, reconocida como la mejor pastelera de Latinoamérica en 2024 según 50 Best.

Aunque Camila llegó a Bolivia para la ocasión, tuvo que regresar a Chile el mismo día del evento por una emergencia familiar. Aun así, dejó su huella: recetas, insumos y sabor perfectamente ejecutados por el equipo de Arami.


El inicio: ceviche, sandía y trufa chilena

La cena comenzó con una copa de Osadía, un espumante rosé boliviano elaborado con método champenoise. Los primeros snacks marcaron el tono de la noche: palta reina con ceviche de jaiba, sabroso y lleno de textura, y un canapé de chivé con carpaccio de sandía y tubérculos crocantes.

Uno de los momentos más memorables fue el paso que cada comensal debía montar en su mesa: sopaipilla de calabaza como base y, por separado, un trío de hongos de recolección cocinados —lengua, loyos y níscalos, traídos desde Chile— sobre los que se ralló trufa chilena. Esta trufa, más sutil que la europea, tiene un aroma profundo, con notas terrosas, y marca el inicio de una producción emergente en el país vecino. El ensamblaje fue personal, y la combinación resultó espectacular.

Maridamos este paso con un rosado boliviano, blend de tannat, bonarda y syrah, de la bodega Marqués de la Viña, que acompañó a la perfección, equilibrado, respetó la complejidad y profundidad del plato.


Maridajes precisos para platos potentes

Se sirvió un moscatel de Alejandría de Tierra Roja, también boliviano, uno de los maridajes más acertados de la noche. Este vino acompañó el que fue, sin duda, uno de los platos más potentes del menú: calamar austral, jamón de albacora, crema de almejas y algas encurtidas, una propuesta de inspiración japonesa, intensa y sabrosísima. El vino logró armonizar con los sabores marinos sin opacarlos, creando un equilibrio notable.

Después llegó el anticucho de paiche, con salsa demi-glace de pollo con tinta de calamar y togarashi, acompañado con papa andina encurtida, todo incrustado en una brocheta. El maridaje fue la Negra Criolla de Jardín Oculto, uno de mis vinos favoritos, siempre expresivo.

Le siguió Ladino, un vino chileno elaborado con uva país, que es la misma cepa que en Bolivia conocemos como negra criolla o misionera. A diferencia de los bolivianos, este tenía un perfil más mineral, marcado por su terroir. El plato: terrina de pato y charque de pato, con mole amazónico a base de cacao boliviano al 70%, acompañado de puré de walusa, papaya verde encurtida y frutas amazónicas como motacú y sinini. Intenso, complejo y profundamente sabroso.


Postres con firma de Fiol Dulcería

La parte dulce comenzó con un espumante Altosama Rosé, que acompañó un postre basado en murta, una baya silvestre chilena: helado, gomitas, frutos frescos y avellanas.

Luego llegó un semifreddo de papaya nativa chilena, más cercana a la carambola que a nuestras papayas. Venía acompañado de mermelada de la misma fruta, crema de maíz y un crocante de maíz nixtamalizado, cuyo aroma recordaba a nuestra pasankalla.

La cena concluyó con petit-fours que Camila Fiol dejó elaborados desde Chile, como broche final de una noche inolvidable.


Un intercambio sincero y sabroso

La integración de sabores y productos fue real: Bolivia y Chile compartieron territorio en cada plato. Conversar con Javier Avilés fue tan fluido como los sabores en la mesa; se notó su talento y claridad en cada paso. Y aunque Camila Fiol no pudo quedarse, su propuesta se hizo sentir de principio a fin.

Compartí mesa con amigos queridos, y entre risas, conversaciones y brindis, la noche pasó sin darnos cuenta.

Sobre los protagonistas

Marsia Taha
Chef boliviana y mente detrás de Arami, en La Paz. Reconocida por su trabajo de investigación y cocina con ingredientes nativos, Marsia fue elegida Mejor Chef Femenina de Latinoamérica 2024 por Latin America’s 50 Best. Su propuesta revaloriza los productos bolivianos con técnica, sensibilidad y sostenibilidad, convirtiendo a Arami en uno de los referentes de la nueva cocina amazónica.

Javier Avilés
Chef chileno y fundador de Pulpería Santa Elvira, restaurante ubicado en Santiago de Chile que ocupa el puesto 57 en la lista de Latin America’s 50 Best Restaurants 2024. Su cocina se caracteriza por el respeto al producto local, el uso creativo de ingredientes de temporada y una interpretación contemporánea de las recetas tradicionales chilenas. Javier es considerado una de las figuras más interesantes de la gastronomía chilena actual.

Camila Fiol
Pastelera chilena y fundadora de Fiol Dulcería, un proyecto que explora la dulcería desde lo técnico, emocional y cultural. Fue reconocida como la Mejor Chef Pastelera de Latinoamérica 2024 por Latin America’s 50 Best. Camila trabaja con productos nativos, técnicas contemporáneas y un enfoque que combina memoria, precisión y creatividad. Su propuesta ha redefinido la manera de entender la pastelería en la región.

¿Sabes qué hace un sommelier? Spoiler: no solo se trata de vinos y copas

Cuando escuchamos la palabra sommelier, muchos imaginan a alguien con delantal negro, girando una copa de vino a contraluz en un restaurante elegante. Pero el trabajo va muchísimo más allá. No se trata solo de vinos, ni mucho menos solo de copas.

El sommelier moderno es un profesional que se ha diversificado y especializado. Hoy, también existen sommeliers de cerveza, de agua, de café, de té, de chocolate, e incluso de puros. Todos con un mismo objetivo: guiar experiencias sensoriales a través del conocimiento profundo de un producto.

¿Qué hace realmente un sommelier?

En esencia, un sommelier es un puente entre el productor y el consumidor. Su rol más conocido está en el restaurante, recomendando maridajes, explicando etiquetas y sirviendo vinos. Pero detrás de ese momento hay una preparación rigurosa que abarca:

  • Conocimiento de producción (vinificación, fermentación, destilación)
  • Geografía, historia y cultura de cada bebida
  • Gestión de bodegas y cavas
  • Psicología del consumidor
  • Técnica de servicio y protocolo
  • Capacidad de comunicación sensorial

Y no solo se trata de vino. Un sommelier cervecero, por ejemplo, debe conocer tipos de malta, lúpulo, procesos de maceración, fermentación y maridajes específicos. Un sommelier de té analiza terroir, cosecha, temperatura, taninos, tradición. Todos entrenan su nariz, su paladar y su capacidad de narrar con claridad y empatía.


Una profesión tan antigua como actual

Aunque el origen del sommelier se remonta a la Edad Media, su relevancia actual está más viva que nunca. Hoy, esta figura es clave no solo en restaurantes de alta gama, sino también en catas, ferias, bodegas, cervecerías artesanales, hoteles, aerolíneas, cruceros, consultorías gastronómicas, medios y eventos de formación.

El mundo necesita cada vez más profesionales capaces de contar historias a través del sabor. Porque eso hace un buen sommelier: leer un producto, interpretarlo y traducirlo en emoción para el cliente.


En mi experiencia: lo que aprendí estudiando para ser sommelier

Estudié para ser sommelier por curiosidad y porque me apasiona el buen beber. Aunque todavía no me considero un profesional en ejercicio, el proceso me abrió la mente (y el paladar) a mundos que antes no conocía.

Aprendí que cada bebida es un universo. Que hay cientos de estilos de vino más allá del tinto seco. Que una cerveza puede ser tan compleja como un blend bordelés. Que maridar café con comida salada no es descabellado. Y que, sobre todo, cada sorbo tiene una historia detrás.


Ser sommelier es ser guía, no juez

Lo más bonito de este oficio es que no se trata de imponer gustos. El buen sommelier no juzga, acompaña. No busca “educar” al cliente desde un pedestal, sino ayudarlo a encontrar lo que le gusta, ofrecerle una alternativa mejor, sorprenderlo con algo inesperado.

Porque al final, la experiencia no está en la botella ni en la copa. Está en el momento que creamos alrededor de ella.


¿Vale la pena estudiar para ser sommelier?

Totalmente. Y no solo para trabajar en restaurantes. Si amas la gastronomía, la cultura líquida o simplemente te apasiona el detalle detrás de cada trago, este camino te va a cambiar la forma de mirar el mundo.

Además, hoy en día puedes especializarte en el producto que más te apasiona: vinos, cervezas, tés, aguas, destilados, café, chocolate. El universo sensorial es infinito.

Una puerta al centro paceño donde comer sano se vuelve un placer gourmet

En pleno centro de La Paz, entre el ruido de autos, el movimiento de oficinas y la arquitectura frenética de una ciudad que nunca baja el ritmo, hay un cartel sobrio que podría pasar desapercibido. Dice simplemente: Ayluri.

Tras ese letrero discreto y una entrada compartida con una tienda de ropa boliviana y una cafetería, se abre un pasillo que parece no prometer mucho. Pero unos pasos bastan para que todo cambie: el bullicio queda atrás, el aire se vuelve más calmo, y una sensación de resguardo aparece. Como si alguien hubiera escondido un oasis justo donde nadie pensaría buscarlo.

No hay estridencias. No hay pretensiones. Solo una atmósfera tranquila y un espacio íntimo, donde apenas caben unas quince personas y cada detalle parece pensado para hacerte sentir bienvenido. Lo que sucede después, sucede en el plato.

Comer sano, con sabor y sin sacrificios

En Ayluri, la comida saludable no se presenta como penitencia ni como moda. Aquí comer bien es sinónimo de comer sabroso, de disfrutar, de experimentar combinaciones equilibradas, texturas envolventes y una sazón que sorprende por su sutileza.

Utilizan ingredientes locales y frescos con un enfoque consciente. Hongos bien cocinados, trucha, pollo jugoso, caldos profundos, hummus de entrada o sopas que reconfortan desde la primera cucharada: todo parece pensado para cuidar el cuerpo sin castigar el paladar. Uno de los platos que recuerdo con más cariño es una nogada de pollo que equilibraba dulzor y cremosidad con maestría. Y aunque ya no está en el menú actual, mi postre favorito de todos los tiempos sigue siendo una paleta de mandarina, con cobertura parcial de chocolate y pasankalla. Una mordida a eso y el mundo se detenía por un segundo.

Aquí uno se siente ligero al comer, pero también completamente satisfecho. No hay porciones mínimas ni sabores planos. Hay comida que nutre, que alegra y que reconcilia.


La mente que transforma ingredientes en experiencias

Detrás de esta propuesta está Mariana Calderón, cocinera boliviana con trayectoria en restaurantes de renombre tanto en La Paz como en el extranjero. Mariana no solo cocina: te atiende, te cuenta, te escucha. Su presencia cercana se nota en cada detalle. Y eso hace que Ayluri tenga algo que pocos lugares logran: autenticidad.

Ella es una impulsora de la alimentación consciente, de esa cocina que valora lo natural sin caer en clichés, que respeta los ingredientes locales sin disfrazarlos, y que abraza la técnica con sensibilidad.

El menú cambia con cada temporada, lo que lo convierte en una experiencia siempre fresca. Hay platos a la carta y también una opción de menú completo para el almuerzo: entrada, plato fuerte y postre. También hay bebidas probióticas, una selección muy cuidada de vinos y alternativas para vegetarianos y veganos.


El lugar (casi secreto) donde volverás

Ayluri está ubicado en la calle Campero #48, dentro del espacio Poder Local, y está abierto solo al mediodía, de lunes a sábado. Es ideal para un almuerzo distinto, sabroso y tranquilo en pleno centro paceño. Una pausa que no se nota desde la calle, pero que cambia el ritmo de tu día.

Puede que llegues por curiosidad, que entres buscando algo distinto o que simplemente sigas una recomendación. Pero lo cierto es que, una vez que lo descubres, Ayluri se vuelve un lugar al que quieres volver. No solo por la comida, sino por cómo te hace sentir: bien, ligero, cuidado y completamente satisfecho.

Gastronomía: historia, sentido y el arte de comer como acto cultural

Comer no es solo nutrirse. Tampoco es solo placer. Comer, cuando se piensa bien, es una expresión de cultura, memoria, territorio y creatividad. Por eso existe la gastronomía: un concepto que, aunque hoy lo asociamos con chefs, restaurantes y platos elaborados, tiene raíces mucho más profundas.

La palabra proviene del griego gastro (estómago) y nomos (ley, norma). En sus inicios, la gastronomía fue entendida como el estudio de las leyes del buen comer. Pero hoy sabemos que es mucho más: es un campo que cruza saberes, tradiciones, técnicas, historia y emociones.


¿Qué es la gastronomía?

Según diversas fuentes especializadas, la gastronomía es el conjunto de conocimientos, experiencias, costumbres y prácticas relacionadas con la alimentación y la cocina. Incluye desde la selección y producción de ingredientes hasta la preparación, presentación, servicio y consumo de los alimentos.

Pero también involucra el entorno: los utensilios, la arquitectura del espacio, la música de fondo, la forma en la que comemos. En otras palabras, la gastronomía no se limita a la cocina: abarca todo el ecosistema cultural que se activa cuando un alimento se transforma en experiencia.


Un viaje que comenzó hace miles de años

La historia de la gastronomía es también la historia de la humanidad. Desde los primeros usos del fuego hasta las vanguardias culinarias, cada época desarrolló una forma particular de cocinar, conservar y compartir los alimentos.

En la prehistoria, los métodos eran rudimentarios, pero el fuego ya había transformado la alimentación. En Egipto, Grecia y Roma comenzaron a verse las primeras recetas, banquetes y normas sociales en torno al comer. Durante la Edad Media, el uso de especias no solo respondía al sabor, sino al estatus social.

El Renacimiento trajo consigo una visión más artística de la cocina, especialmente en Europa. Ya en el siglo XIX, con figuras como Marie-Antoine Carême o Auguste Escoffier, la gastronomía se profesionalizó y se comenzó a estructurar como un arte con técnica y reglas. A partir de entonces, surgieron escuelas, guías, estrellas y rankings.


La gastronomía hoy: entre la tradición y la innovación

Hoy, la gastronomía es una disciplina viva, en constante transformación. Las cocinas tradicionales buscan protegerse y revalorizarse; los movimientos como el slow food, la cocina de producto, la cocina de autor o la cocina sostenible, responden a un nuevo vínculo entre lo que comemos y cómo lo producimos.

Además, la cocina ya no se piensa solo desde el restaurante. Es parte de la identidad de los pueblos, de la economía, del turismo, de la diplomacia cultural. Un plato puede hablar tanto como un libro. Una receta puede preservar la memoria de una comunidad.


Comer bien, pensar mejor

Estudiar, escribir y hablar de gastronomía no es frivolidad. Es una forma de cuidar lo que somos, de respetar los saberes ancestrales, de entender que no hay cocina sin cultura. Cada vez que elegimos un ingrediente local, que celebramos un producto, que cocinamos con intención, estamos participando de una cadena histórica que une pasado, presente y futuro.

Por eso, la gastronomía no es solo de cocineros. Es de todos. Porque todos comemos. Y todos —en algún punto— también contamos historias con lo que ponemos en el plato.

Amazonía en la mesa: una cena entre Arami y Maido que unió Bolivia y Perú

Una noche en la que el producto amazónico brilló sobre todas las cosas, uniendo a Perú y Bolivia en una cocina íntima, técnica y emocionalmente poderosa.

En el tranquilo barrio de Achumani, en La Paz, se vivió una cena amazónica en Arami que quedará grabada en la historia reciente de la gastronomía boliviana. Al cruzar las puertas el murmullo urbano quedó atrás y entré en una atmósfera cálida, perfumada por maderas nobles, tejidos y vegetación bien medida. Nada era ostentoso: todo estaba en su lugar, como si la Amazonía se hubiese colado con elegancia dentro de este espacio diseñado para celebrar sabores. Esta noche no sería una más. Había sido invitado a la primera colaboración oficial entre Arami y Maido, el célebre restaurante peruano liderado por Mitsuharu “Micha” Tsumura. En cocina, junto a él, estaría Marsia Taha, la mente brillante detrás de Arami y reconocida en 2024 como la mejor chef de Latinoamérica por 50 Best. La expectativa estaba servida.


Un recibimiento con identidad

Antes de sentarnos, nos recibieron con un cóctel de autor: Flor de colonia, higo y vodka 1825, un equilibrio entre frescura herbal y dulzor preciso. El menú, personalizado con nuestros nombres, ya prometía una noche pensada al detalle. En la cocina abierta, podía verse cómo el equipo de chefs afinaba los últimos movimientos. El ambiente era íntimo, con sonidos amazónicos flotando entre las mesas, luz tenue y colores tierra que recordaban a la selva al atardecer.

Snacks que narran territorio

La cena comenzó con una serie de snacks que ya mostraban el carácter de la experiencia. El Zigzag, con chorizo regional y crema de loche, fue una explosión de textura y umami. Luego, una aleta de pacú con flores, ajíes y escamas, seguida de una sorpresa no anunciada: un mini sándwich bao de paiche ahumado y mostaza, que se convirtió en uno de mis favoritos. El pan de yuca con ceniza de roble y mantequilla de la casa completó una apertura brillante.

El maridaje: Nature Millésime Altosama, Chardonnay 2019, de Tarija. Preciso, elegante, boliviano y perfecto.

Fuerza amazónica y sutileza nikkei

Cada plato principal fue una postal comestible del bioma compartido entre Perú y Bolivia. El ceviche amazónico, con crema de castañas de Bahuaja, corvina, ovas de trucha y leche de tigre con ají negro, fue una obra de arte, uno de los platos más equilibrados y elegantes de la noche. Aquí se lució el talento de la sommelier Andrea Moscoso, quien propuso como maridaje un Sauvignon Blanc 2023 de Bodega Uvairenda, Samaipata, cuya acidez vibrante y mineralidad realzaron cada matiz del ceviche. Una elección brillante.

Luego llegó la piraña ahumada, servida con leche de cusi, motacú y sacha cilantro, acompañada por un rosé de Jardín Oculto del Valle de Cinti, cuya cosecha colectiva incluyó mi participación: una botella firmada por todos los que pusimos manos en la viña. Verlo servido, con nuestras firmas en la etiqueta, fue emotivo.

Los caracoles al sillao, con espuma de papa pituca y salsa nikkei, elevaron el juego técnico. El maridaje cruzó fronteras: Duermevela, un vino peruano de Albilla e Italia del Valle de Pisco, uno de los descubrimientos de la noche: aromático, expresivo y perfectamente balanceado.

El Juane, plato amazónico envuelto, con papada de cerdo, chonta y fariña, fue reconfortante y sofisticado a la vez. El maridaje: Cereza Criolla 2023 del Valle de Cinti, de la bodega Cepas de Oro, cerró esa parte con gracia y frescura.


Dulces finales y texturas profundas

El primer postre —pacay, lúcuma y polvo de ciruelos— jugó con temperaturas, sabores suaves y acidez. El pacay semihelado tenía un efecto curioso en los dientes, pero más como una travesura que como un problema. Cerramos con Teobromas, una combinación intensa de copoazú, cacao y café. Mordí una semilla de copoazú salada, como indicaba la secuencia, y luego, una cucharada del helado de cacao con pulpa de copoazú: un viaje entre selva, dulzor, acidez y profundidad.

El cierre perfecto: música, gin y comunidad

La noche terminó en alto con Radio Cutipa tocando en vivo: sonidos bolivianos, vibrantes y alegres. En la barra, La República servía cócteles con gin boliviano y frutas amazónicas. Se armó un ambiente festivo y relajado: la gente bailó, conversó con los chefs, y la alta cocina se volvió cercana, compartida.

Para cerrar, la Embajada del Perú, que apoyó el evento, entregó un souvenir especial, un gesto que selló una noche difícil de olvidar.


Este encuentro entre dos cocinas hermanas dejó claro que el futuro de la alta gastronomía latinoamericana está profundamente enraizado en lo ancestral.


Sobre los protagonistas

Marsia Taha

Chef del restaurante Arami en La Paz, Bolivia. Fue reconocida como Mejor Chef Femenina de Latinoamérica 2024 por Latin America’s 50 Best. Su cocina explora y revaloriza los ingredientes nativos bolivianos —especialmente amazónicos— combinando tradición e innovación con un enfoque sostenible. Es también una figura clave en el movimiento culinario boliviano por su trabajo con comunidades e insumos autóctonos locales.

Mitsuharu “Micha” Tsumura

Chef peruano-japonés, fundador de Maido, en Lima, considerado uno de los mejores restaurantes del mundo. Pionero en la cocina nikkei, su propuesta fusiona técnicas japonesas con ingredientes peruanos, creando una de las expresiones gastronómicas más influyentes de América Latina. Micha es reconocido por su creatividad, técnica impecable y su capacidad de hacer de la cocina una forma de diálogo entre culturas.