Una puerta al centro paceño donde comer sano se vuelve un placer gourmet

En pleno centro de La Paz, entre el ruido de autos, el movimiento de oficinas y la arquitectura frenética de una ciudad que nunca baja el ritmo, hay un cartel sobrio que podría pasar desapercibido. Dice simplemente: Ayluri.

Tras ese letrero discreto y una entrada compartida con una tienda de ropa boliviana y una cafetería, se abre un pasillo que parece no prometer mucho. Pero unos pasos bastan para que todo cambie: el bullicio queda atrás, el aire se vuelve más calmo, y una sensación de resguardo aparece. Como si alguien hubiera escondido un oasis justo donde nadie pensaría buscarlo.

No hay estridencias. No hay pretensiones. Solo una atmósfera tranquila y un espacio íntimo, donde apenas caben unas quince personas y cada detalle parece pensado para hacerte sentir bienvenido. Lo que sucede después, sucede en el plato.

Comer sano, con sabor y sin sacrificios

En Ayluri, la comida saludable no se presenta como penitencia ni como moda. Aquí comer bien es sinónimo de comer sabroso, de disfrutar, de experimentar combinaciones equilibradas, texturas envolventes y una sazón que sorprende por su sutileza.

Utilizan ingredientes locales y frescos con un enfoque consciente. Hongos bien cocinados, trucha, pollo jugoso, caldos profundos, hummus de entrada o sopas que reconfortan desde la primera cucharada: todo parece pensado para cuidar el cuerpo sin castigar el paladar. Uno de los platos que recuerdo con más cariño es una nogada de pollo que equilibraba dulzor y cremosidad con maestría. Y aunque ya no está en el menú actual, mi postre favorito de todos los tiempos sigue siendo una paleta de mandarina, con cobertura parcial de chocolate y pasankalla. Una mordida a eso y el mundo se detenía por un segundo.

Aquí uno se siente ligero al comer, pero también completamente satisfecho. No hay porciones mínimas ni sabores planos. Hay comida que nutre, que alegra y que reconcilia.


La mente que transforma ingredientes en experiencias

Detrás de esta propuesta está Mariana Calderón, cocinera boliviana con trayectoria en restaurantes de renombre tanto en La Paz como en el extranjero. Mariana no solo cocina: te atiende, te cuenta, te escucha. Su presencia cercana se nota en cada detalle. Y eso hace que Ayluri tenga algo que pocos lugares logran: autenticidad.

Ella es una impulsora de la alimentación consciente, de esa cocina que valora lo natural sin caer en clichés, que respeta los ingredientes locales sin disfrazarlos, y que abraza la técnica con sensibilidad.

El menú cambia con cada temporada, lo que lo convierte en una experiencia siempre fresca. Hay platos a la carta y también una opción de menú completo para el almuerzo: entrada, plato fuerte y postre. También hay bebidas probióticas, una selección muy cuidada de vinos y alternativas para vegetarianos y veganos.


El lugar (casi secreto) donde volverás

Ayluri está ubicado en la calle Campero #48, dentro del espacio Poder Local, y está abierto solo al mediodía, de lunes a sábado. Es ideal para un almuerzo distinto, sabroso y tranquilo en pleno centro paceño. Una pausa que no se nota desde la calle, pero que cambia el ritmo de tu día.

Puede que llegues por curiosidad, que entres buscando algo distinto o que simplemente sigas una recomendación. Pero lo cierto es que, una vez que lo descubres, Ayluri se vuelve un lugar al que quieres volver. No solo por la comida, sino por cómo te hace sentir: bien, ligero, cuidado y completamente satisfecho.

La sopa de maní, la cucharada más querida de la cocina boliviana

Hay platos que logran contener el alma de un país en una sola cucharada. En Bolivia, esa cucharada humeante y sabrosa se llama sopa de maní. Blanca, envolvente, con cuerpo, siempre reconfortante, esta preparación ha resistido el paso del tiempo sin perder su lugar en la mesa diaria y en el corazón colectivo. Es, sin exagerar, una de las sopas más queridas del país.

No es solo un plato típico: es un símbolo. Y como todo símbolo, tiene múltiples formas, historias y significados. Porque si algo distingue a esta sopa es su capacidad de adaptarse sin dejar de ser ella misma: una sopa que sabe a casa, a campo y a memoria viva.


Una historia que empieza con cazuela (y miles de años de historia)

Se dice que la sopa de maní tiene su origen en la cazuela de maní, una preparación que aún se conserva en los valles bolivianos. Espesa, energética y abundante, esta receta tradicional incluye arroz, garbanzos, repollo, carne, verduras y maní. Con el tiempo, fue evolucionando hacia lo que hoy conocemos como sopa de maní: más ligera, más fluida, pero igualmente profunda en sabor.

Detrás de su ingrediente estrella hay una historia ancestral. El maní que usamos hoy nació en el sur de Bolivia hace unos 9.400 años, como resultado del cruce natural de dos especies silvestres, gracias a la migración y recolección humana. Comenzó a cultivarse hace entre 7.000 y 8.000 años y fue la cultura inca la que lo expandió por Sudamérica y Mesoamérica. En México fue adoptado por los aztecas, quienes lo bautizaron como cacahuate, derivado del náhuatl tlālcacahuatl, que significa “cacao de la tierra”.

Un dato importante: el maní que se utiliza en esta sopa no es tostado. Se emplea crudo, pelado y molido, lo que permite conservar su sabor suave y lograr la textura cremosa que caracteriza a esta preparación.

Sabores que cuentan historias (región por región)

Una de las maravillas de la sopa de maní es su capacidad de adaptarse al territorio. En Bolivia, cada región ha creado su propia versión, con ingredientes y matices que responden a la geografía, al clima y a la tradición:

  • En los llanos, suele servirse acompañada de arroz, yuca e incluso plátano frito.
  • En los valles, puede llevar ají colorado molido en piedra, caldo de chivo o res, y papa.
  • En el altiplano, es habitual encontrarla con carne de cordero y un generoso puñado de papas fritas al hilo coronando el plato.

Esa capa crujiente de papas fritas —jamás negociable— es más que un detalle. Aporta textura, carácter y un sabor que conecta directamente con la infancia, la mesa familiar y la cocina casera.


Una opinión personal (y una receta que une)

Para mí, la sopa de maní es una de las grandes delicias de Bolivia. Un plato que, de alguna manera, nos une. Porque aunque cada región y cada hogar tiene su versión —más espesa o más ligera, con diferentes cortes de carne o ingredientes— la mayoría de los bolivianos la ama. Y eso no es poca cosa.

En lo personal, la prefiero con fideo, con un equilibrio justo entre lo espeso y lo liviano. Y sí: con papas fritas al hilo en la parte superior. Ese contraste entre lo cremoso y lo crocante es, para mí, la definición de lo reconfortante.

Hay comidas que se disfrutan. Y hay otras, como esta, que también se recuerdan. Porque la sopa de maní no solo alimenta el cuerpo: calienta el alma.